El Caso De La Rubia Platino

Sabina Joaquin

Me adelantó un talón de setecientas,


más gastos, sin contar otras quinientas


en fichas del casino,


mi último tren llegaba con retraso,


así que decidí aceptar el caso


de la rubia platino.


Yo era un huele-braguetas sin licencia,


quemado en la secreta por tenencia,


extorsión y líos de faldas,


estaba, como buen ex-policía,


a sueldo de un pez gordo, que sabia


cubrirse las espaldas.


Ninguna zorra vale ese dinero,


pensé, mientras dejaba mi sombrero


nuevo en el guardarropa,


cantaba regular, pero movía


el culo, con un swing, que derretía


el hielo de las copas.


Cuando salió, por fin, del reservado,


sentí que las campanas del pasado


repicaban a duelo,


la última vez que oí esa melodía


me recetaron tres años y un día,


más IVA, en la Modelo.


Para jugar al Black Jack y ser un duro,


andar escaso de efectivo


es igual que pretender envidiar,


con un farol, al futuro,


no por casualidad


me temen en los casinos,


me daban diez de los grandes por el caso


de la rubia platino.


Los besos que te dan las chicas malas


salen más caros cuando los regalan


y huelen a fracaso,


pero el croupier me echaba cartas buenas


y la rubia platino era morena


y el caso era un gran caso.


En un bistró, del puerto de Marsella


nos fuimos demorando, entre botella


y botella de Oporto:


-"Los que pusieron precio a tu cabeza-


le dije exagerando su belleza,


- se habían quedado cortos"-


Puede que me estuviera enamorando,


porque, antes del café, cambié de bando,


de hotel y de sombrero.


Mi viejo puso un cuarto, con dos camas,


fingiendo que la dama era una dama


y su hijo un caballero.


Ni siquiera, señores del jurado,


padezco, como alega mi abogado,


locura transitoria.


Disparé al corazón que yo quería,


con premeditación, alevosía


y más pena que gloria.


Para jugar al Black Jack y ser un duro,


andar escaso de efectivo


es igual que pretende