El Blues De Lo Que Pasa En Mi Escalera

Sabina Joaquin

El más capullo de mi clase (¡que elemento!)


llegó hasta el Parlamento


y, a sus cuarenta y tantos años,


un escaño


decora con su terno


azul de diputado del gobierno.


Da fe de que ha triunfado


su tripa, que ha engordado


desde el día


que un ujier le llamó su señoría


y cambió a su mujer por una arpía


de pechos operados.





Y sin dejar de ser el mismo bruto


aquel que no sabía


ni dibujar la o con un canuto.





El superclase de mi clase (¡que pardillo!)


se pudre en el banquillo


y, a sus cuarenta y cinco abriles,


matarile,


y a la cola del paro


por no haber pasado por el aro.


Vencido, calvo y tieso


se quedó en los huesos


aquel día


que pilló a su mujer en plena orgía


con el miembro del miembro (¡que ironía!)


más tonto del Congreso.





Y sin dejar de ser el mismo sabio


que, para hacer poesía,


sólo tenía que mover lo labios.





Y yo que no soy más


listo ni tonto que cualquiera,


a mis cuarenta y pocos


tacos,


ya ves tú,


igual


sigo de flaco,


igual de calavera,


igual que antes de loco


por cantar,


por cantar el blues


de lo que pasa en mi escalera.





La más maciza de mi clase (¡que cintura!)


cotiza la hermosura


y, a sus cuarenta y pico otoños,


hasta el moño


del genio del marido,


huyó con otro menos aburrido.


Tanto ha prosperado que un Jaguar ha estrenado


el mismo día


en que la divorció de la utopía


un talón con seis ceros que le había


firmado un diputado.





Y sin dejar de ser la seductora


bruja que escondía


bajo la falda una calculadora.





Y yo pobre mortal,


que no he gozado sus caderas,


a mis cuarenta y pocos


tacos,


ya ves tú,


igual


sigo de flaco,


igual de calavera,


igual que antes de loco


por cantar,


por cantar el blues


de lo que pasa en mi escalera.





Por lo demás ni m